¡Mamá no leas! Te dije que mejor no leyeras mi blog pero eres tan insistente. Esa es tu gran característica: la INSISTENCIA, con mayúsculas. Bueno, atente a los consecuencias porque no me voy a censurar por ti.
Voy en la micro (autobús de menor tamaño y para viajes dentro de la ciudad para los que no entienden chilenismos) y me acuerdo de mi infancia en la Patagonia. Desde cuarto o quinto básico empecé a tomar micros para ir al colegio, es decir, cuando tenía diez u once años y ahora que voy en una desde Viña del Mar a Valparaíso atestada de escolares, se me viene a la memoria esa época.
¡Que precoz era! Ya a esa tierna edad me gustaba irme en el asiento que da al pasillo ¿Adivinan para qué? Cuando la micro iba llena y con mucha gente de pie yo tenía la mejor panorámica para observar bultos a la altura de mis ojos ¡Y mis líquidos preseminales amenazaban con delatarme cuando alguno de esos bultos se frotaba con el borde del asiento delantero!
Esta situación con el tiempo me dio una idea: poner mi mano "casualmente" en ese borde en las dos únicas vueltas bruscas que tenía el recorrido para "no caerme del asiento". Muy bonita será la Patagonia pero es plana y con muy pocos accidentes geográficos para justificar mi "mano casual". Llegaba a inventar saltos del camino en mi mente.
Y cada vez que los muchos alumnos de enseñanza media o universitarios, que no alcanzaban a tomar asiento, debían irse empujándose unos a otros por el pasillo, era inevitable que alguno tuviera que posar su miembro rozagante matutino en mi "inocente" mano pre-púber. En ese momento yo lograba un verdadero éxtasis místico. Estoy seguro que más de uno se daba cuenta de mis intenciones y gozaba tanto como yo del contacto. Más de una vez sentí alguna dureza, pero jamás me atreví a mirar hacia arriba a mis víctimas ¡Que desilusión habría sido encontrar un monstruo!
Toda esta audacia contrastaba enormemente con mi conservadurismo a la hora de ir de pie en el pasillo. La mochila se me hacía poca para cubrirme la delantera y el tipo que iba de pie detrás mío no entendía que yo tuviera un culo tan grande rozando el suyo. Él no podía comprender que yo por nada del mundo quería hacer contacto con el hombro de un pasajero sentado y menos con alguna "mano inocente", por lo que iba casi encogido en 45 grados. Ahora que lo pienso, esta incómoda posición no me molestaba para nada cuando alguien intentaba pasar detrás mío. Mmmm, que extraño ¿no?
Esto me hizo recordar otros episodios en medios de transporte como la vez en que con un pololo (novio) íbamos demasiado excitados con nuestros 20 años en el último asiento de esos largos buses amarillos de Santiago. No había nadie muy cerca, a él no le importó nada y ahí mismo se masturbó. Conste que yo sólo le ayudé, ¿oka?
Ya más grandecito, pero con harto alcohol en la sangre al regreso a casa de la discotheque, hasta me bajé tres paraderos más tarde para acabar tranquilo con un chico bastante menor que yo y desconocido. La excusa de ambos, con los tragos de más, era que no teníamos dónde ir.
Los escolares ya se bajaron y estoy a punto de llegar a mi destino. Maldita la hora en que me senté en un "asiento erector" ¿No los conocen? Son esos asientos en que las rodillas, al doblar las piernas, te quedan sobre el ombligo y te producen una erección inevitable. Y lo terrible es sentarte en uno cuando andas con boxers sueltos, pantalón de buzo o deportivo y debes bajarte, como yo ahora.
¡Maldita sea! Tendré que pensar en otras cosas para la próxima y confiar en que la mochila cubrirá mis partes cuando me baje.